• Junio 2011
El hombre de traje y corbata
Gustavo Silveti

El proyecto “Hombre de traje y corbata” se basa en una construcción fotográfica a partir de puestas en escena en la que represento un personaje tipificado. Hombre prototipo de traje en situaciones atípicas -tragicómicas o absurdas-, denotando un marcado contraste entre el sujeto y la acción a desarrollar. Este personaje es puesto como protagonista en escenas de estados anímicos de adaptación, reflexión, humor, impotencia o angustia, parodiando una vida rutinaria y maquinal sumida por el tedio, utilizando el humor como eje del proceso.

«Soy al mismo tiempo origen de mi acción y de mi ser» Jaspers

 

¡A la nada, humor! ¡A la monotonía, creatividad!
por la Dra. Marta Zatonyi

Saber reír de los pequeños y monótonos, pero inevitables actos es otorgar valor a lo cotidiano, es asumir a la realidad dada, es quererse con libertad, y con ello, convertir la misma en valiosa y única.

Gustavo Silveti elige este camino de la creación: el humor es su modulación nodular. Se ríe y con eso hace reír. Entre su obra y el espectador se establece el vínculo de la libertad.
La filosofía estoica nos enseña el hombre no es responsable por sus circunstancias, sino por su respuesta a estas circunstancias. Con eso no se refiere sólo a escenarios y situaciones particularmente difíciles, sino también al desasosiego que causa la monotonía agobiante de la realidad cotidiana. Sin embargo, la vida cotidiana es compleja y versátil. Cuando un individuo desarrolla con amplitud y autenticidad su derecho de vivirla y su posibilidad de luchar por ello, evita el temible fenómeno de la masificación.

Por eso, se entiende por qué la monotonía de la vida cotidiana puede degradar al ser humano hasta convertirlo en uno más de un rebaño, u opacar su existencia peligrosamente o disolverlo como sujeto.

El valor de los infinitos hechos que componen la vida cotidiana es cambiante y por ello, su estructura también es dinámicamente cambiante. La práctica de la vida cotidiana siempre se adquiere en sociedad, con sus correspondientes reglas morales y éticas. Pero sólo se aprovecha y se desarrolla si se practica en la propia vida cotidiana, por eso las dos expresiones, vida privada y vida cotidiana, se acercan hasta prácticamente, identificarse. Una vida privada/cotidiana empobrecida, no variada sino monótona, posibilita la vida social totalitaria.

El rasgo más sugestivo de lo cotidiano es que la personalidad del sujeto se desarrolla y, a su vez, el sujeto se realiza como ser a través de infinitos actos cotidianos. Aprende a ser humano particular, a convivir, a sentir, a reaccionar, a ser bueno o malo, a utilizar su inteligencia, ideologías, habilidades, a adquirir conocimientos teóricos, prácticos, artísticos, experiencias y técnicas, entre muchas otras cosas más, por los hechos cotidianos. Mientras que la vida cotidiana es más articulada, la riqueza adquirida también puede llegar a ser más grande.
A pesar de que en la escala cósmica y universal el hombre es totalmente insignificante, el hombre, “oscila entre el infinito y la nada”, también es él mismo que engendra la grandeza.

La vida cotidiana se realiza en pequeños espacios de carácter cotidiano –en mayor o menor medida-, mientras los grandes y excepcionales acontecimientos suceden en el espacio público. La calidad de cada acto y la relación con el otro se constituye en símbolo de la complejidad social, y define la manera de qué vive sus actos cotidianos y reacciona a un posible peligro que amenaza la libertad de realizarlos.
La gran pasión de la gran vida tiene una palabra clave: anonadamiento. En el afán de negar lo cotidiano, el hombre llega a ser perseguido por su propia insignificancia, real o imaginaria, o más bien mixto entre sí, anhela la dilución de su ser en los grandes vacios que nos determinan: ya sea el amor, ya sea la muerte.
No hay éxtasis religioso o éxtasis erótico: hay circunstancias diferentes pero básicamente hay éxtasis, o sea, es una dilución vehemente del ser, es un convertirse en nada, adquiriendo con eso la libertad infinita para el cuerpo y el alma. Un goce pleno, un estar “fuera de sí”, como señala la etimología griega de la palabra, es la acción de ‘salirse de su posición’ (stasis). El éxtasis es una identificación absoluta con el instante presente, un olvido total del pasado y del porvenir.
El anonadamiento se consigue por una fuerte entrega amorosa. La sensación del anonadamiento nos arrebata de la monótona repetición del deber cotidiano. Podemos contar nuestra vida a través del espanto de la rutina, de vivir para levantarnos todos los días, desayunar, trabajar, comer, pagar las cuentas… y morir.
Frente a este espanto, la creatividad es la que salva al hombre de esta nada destructora. La ética de la vida cotidiana no es la resignación a lo que ya es posible, sino es la búsqueda por los nuevos posibles.
Ver este peligro, responder a ello es asegurar una buena calidad de vida.
Gustavo Silveti nos ayuda en este camino.

Dra. Marta Zatonyi
Buenos Aires, 3 de junio de 2011

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