• Nov-Dic 2010
ESTADO
Daniel Martínez

(El) ‘Estado’ se hace carne. Aunque a veces nos creamos omnipotentes, ningún cuerpo puede escapar a las mediaciones de lo estatal, aunque sí puede ser empujado hacia los márgenes, donde se vuelve peligrosamente ininteligible. Pero las monjas, las maestras o las policías constituyen cuerpos sociales modelados para estar en el centro de la topología del poder, son extremadamente funcionales, necesarios para mantener el equilibrio de las desigualdades.
Ellas no son culpables, tampoco inocentes. En definitiva, las mujeres que vemos no existen, o mejor dicho, tienen una existencia ficcional: así como no hay forma de remontarse a un instante en el que nuestros cuerpos fueron puros, ajenos a la operatoria del poder y sus instituciones (por la sencilla razón de que ese instante nunca existió), tampoco hay manera de deshacer las “deformaciones de previas deformaciones” resultantes del dispositivo estético elegido, que lejos de ser ocultadas, se manifiestan en los fantasmas –esas “desprolijidades”- que habitan la imagen.
Atravesadas por todos esos dispositivos, parecen estar vacías– des-subjetivizadas, anuladas y apartadas de su particularidad-. Uniformadas, –como si hubieran puesto en pausa su humanidad-, son despreciables. Una no sabe si ayudarlas o matarlas.
Las rodea ese amarillo que Kandinsky remitía a la locura violenta e insoportable, y que su contemporáneo Franz Marc asociaba a un supuesto “principio femenino”, porque lo veía suave, alegre y sensual. Más allá de estas autorizadas voces masculinas, también podemos elegir ver en esta obra una disputa con la estereotipia de lo femenino, que siempre ha sido leído en oposición a la fuerza, violencia y dominación de lo masculino…
Puede llegar a ser inquietante: no solo el modo en que lo estatal moldea los cuerpos; no solo el modo en que las instituciones son coercitivas; sino también la posibilidad real de que la coerción se haga carne en cuerpos femeninos.
Por supuesto, más inquietante sería (positivamente inquietante) si los cuerpos se reconocieran a sí mismos y entre sí solamente por sus potencialidades –y no por los “uniformes” que les han sido asignados-.
Pero esta posibilidad –aquí y ahora- nos excede.

Florencia Rodríguez

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