• Sept 2010
Propio / Extraño
Paulo Fast
Andrés Lehmann
Sol Santarsiero

 

Vecinos / Sol Santarsiero

“… El habitar es el rasgo fundamental del ser según el cual son los mortales. Tal vez este intento de meditar en pos del habitar y el construir puede arrojar un poco más de luz sobre el hecho de que el construir pertenece al habitar y sobre todo sobre el modo como de él recibe su esencia. Se habría ganado bastante si habitar y construir entraran en lo que es digno de ser preguntado y de este modo quedaran como algo que es digno de ser pensado…”
Martin Heidegger. Construir, habitar, pensar.

Los lugares que habitamos en forma cotidiana están plagados de objetos que nos identifican.
El mobiliario, las formas y los colores que predominan en el lugar que habitamos nos definen.
Todos estos indicios que aparecen cuando entro en la casa de alguno de estos vecinos, me maravillan. Son gestos de una franja social, de un estado de las cosas, de un pasado y un presente que conviven eternamente en el mismo espacio físico.
Es allí, en ese instante cara a cara, cuando descubro lo complejo y lo simple que es el ser humano.
Video y fotografía cuentan detalles desde distintos ángulos. El video, captando sutilezas de los sujetos retratados desde el audio y el movimiento. Fotografías, mostrando un abismo de colores, texturas y climas.
El retrato desde lo cotidiano. El humor como disparador. Mi intervención en los diálogos y en escena, me hace participar como si fuese uno más.

“Si sólo fuese curiosa sería muy difícil decirle a alguien “Quiero ir a tu casa y que me hables y me cuentes la historia de tu vida”. Quiero decir, que la gente va a decir “Estás loca”. Además se pondrían bastante en guardia. Pero la cámara es una especie de licencia. Mucha gente quiere que le presten atención y ésa es una forma de razonable de que le presten atención”
Diane Arbus

 

Los árboles que soñaron los nidos / Paulo Fast

En el momento de esquivarnos la mirada creíamos que ya estaba todo dicho. Creíamos de verdad que estos gestos simples eran una especie de despedida. Nos despedíamos de eso modo una y otra vez. Y los ojos fijos en cualquier punto que no pudiera hablar ni devolver la mirada eran (sin duda, creíamos) un adiós suficiente y necesario. Entonces, ya alejados, ya quietos, ya irrevocables, dejábamos que los ojos pusieran las cosas en su lugar. La habitación se convertía en un tablero de ajedrez. Cada palabra silenciada cambiaba una pieza de lugar. Y era necesario ganar espacios, dominar la batalla, desalojar al enemigo. De ese modo (sin duda, creíamos) cada uno armaba su propio territorio, cada uno arrinconaba al otro en el tablero. Entonces descubríamos el error. O mejor dicho, éramos descubiertos por el error de haber creído que sin dudas no compartíamos nada, que ni siquiera compartíamos el afán de callar un jaque mate, el afán de luchar para que el otro se rindiera a nuestra despedida. El juego de la despedida no ofrecía otras variantes, desterraba cualquier estrategia: sólo nos permitía la ilusión de un punto final, como si después la hoja en blanco, el tablero vacío o las luces sin palabras no dejaran nada que agregar. Como si la despedida no hablara. Como si a partir de la despedida ya estuviera todo dicho.
Sebastián Olaso

 

Andrés Lehmann
Si tuviera que escribir sobre la las fotos… Diría que no. Pero como lo estoy haciendo, y además, elegí hablar sobre la inclasificable mirada de Andrés, diría que ése es el motivo por el que lo estoy haciendo. Cuando digo “inclasificable”, que suena bastante desalentador, me refiero a la extraña manera en que el mundo, o su mundo, el de Andrés, se cuela bajo el objetivo de una cámara que, bajo sus órdenes, nos devuelve imágenes donde la belleza se confunde con los sueños. Siempre me pregunto ¿Porqué elegirá recortar eso que se ve ahí? No lo sé. Y eso es lo lindo.
Fabián Cabral

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