• Artista: Daniel Martinez
  • Fecha: Mar - Abr 2014

El mundo intermedio. El Purgatorio. El Barzaj de los platónicos persas. Ese intervalo con estatus ontológico entre el mundo inteligible y el mundo físico, ¿existe sólo para los humanos?
Si no es así, hay seres que esperan en un limbo fuera de las tumbas. Eso es Sudario. Especismo, racismo natural.

Daniel Martinez

LA COSA INNOMINADA

El cacique Inacayal se cayó. Por las escaleras.

Trabajaba como esclavo en los pasillos del Museo de Ciencias Naturales de La Plata, bajo las órdenes del Perito Moreno. Barría junto a su gente. Los suyos podían estar agradecidos a la civilidad: habían salido vivos de la Conquista. Eran “los vencidos”. Estaban ahí para morir de viejos. Fregaban sus cepillos por afuera de las grandes vidrieras repletas de animales. El perito las llamaba dioramas. Adentro había una fauna disecada, de distintas especies, posando en sus entornos escenográficos. La Pampa, el monte, el desierto. Los lugares de la Argentina de 1890.

Cada indio que caía muerto, entre trapos y baldes, pasaba a trabajar adentro del diorama. Quietos y rellenos de estopa. Eso lo sabía el cacique. Había visto morir a sus mayores, a la hija de Foyel, que ahora era una momia. La taxidermia los volvía más vivos que la transpiración, como a los pájaros, los caballos y los pumas.

Adentro, además, les sacaban las escobas de las manos para devolverles las lanzas. Además, adentro, había un paisaje parecido al suyo de antes. Piedras de imitación que a veces se podían ver como piedras reales.

Algunos habían llegado de muerte natural; a otros se los sospechaba envenenados, por el rictus raro que tenían y los dientes apretados. Margarita, treinta años. El cacique la había visto reír de niña. Ahora era una señora seria que lavaba ropa detrás de la vitrina.

La muerte de la taxidermia es una sala de espera. Todos siguen vivos, con sus túnicas, sus objetos, para que los demás los vean estar tan apacibles. Haciendo sus comidas, cuidando de sus crías para siempre. Todas las águilas tienen las plumas y los ojos brillantes. Un purgatorio fotografiable, pero rancio.

Inacayal estaba acostumbrado a pasarle el plumero a esos sudarios de desierto y tiempo. Pero no soportó ver a su propia mujer tras el vidrio, para regodeo de todos. Fue una mañana. Para alimento de las polillas. Entre pájaros que aparentaban volar, entre chanchos salvajes cazando sin cazar. Se quedó mudo de odio. Ella de pie, cubierta por una mantita tejida. El trofeo de los huincas.

Entonces el cacique se quitó la ropa delante de los niños de una escuela, que se pusieron a gritar horrorizados. Y tiró la escoba lejos, para romper el vidrio. Y corrió hasta las escaleras, para escaparse de su turno inmóvil.

Pero se cayó. O lo empujaron.

Después lo pelaron, le arrancaron los músculos, le secaron los huesos.

Lo colocaron, ya esqueleto, en una vidriera sin árboles ni tierra falsa.

Sin perro, ni cielo de Billiken.

Sin nombre.

Gustavo Nielsen para la serie Sudario. Buenos Aires, 7 de marzo de 2014.

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